ARTÍCULOS HISTÓRICOS

8 de mayo de 2012

ANTONIO PINES NÚÑEZ-HOYO

Apóstol de la consecuencia y de la justicia social

Publicado el año 2000

Antonio Pinés nació el 12 de mayo de 1881 en la peque­ña localidad manchega de Valenzuela de Calatrava. Huérfa­no de padre a los 11 años, emigra con su madre, la manzana­reña Josefa Núnez-Hoyo, a la localidad valenciana de Alcira donde su abuelo, guardia civil, estaba destinado. Desde muy niño se vio en la necesidad de buscarse el sustento con el trabajo, de modo que su infancia fue una au­téntica lucha por la supervivencia en una España decadente, empobrecida por la terrible gue­rra de Cuba que absorbía los es­casos recursos de la nación.
Las prolongadas jornadas de actividad laboral no pudieron impedir que su viva inteligencia aprovechara cualquier ocasión para formarse. Leyendo cuanto caía en sus manos consiguió una sólida formación autodidacta que, además de moldear su per­sonalidad y definir su ideología, le permitiría más tarde dirigir la escuela racionalista dependien­te de la Sociedad Obrera.
Desde muy joven se sintió atraído por la política. Antimonárquico convencido, en 1908 ya era Presidente del Comité Republicano de Bellreguart y escribía con frecuencia en los periódicos valencianos «El Federal» y «El Pueblo». A conse­cuencia de la intensa represión desatada por el Gobierno en 1909 contra los anarquistas y republicanos con motivo de los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, sufrió per­secución policial por atribuírsele la elaboración de las pro­clamas de huelga. Era además un gran admirador de Pí y Margall y mantenía una estrecha amistad con José Nakens, colaborando habitualmente en el periódico «El Motín».
El 11 de septiembre de 1915 contrajo matrimonio civil en Barcheta (Valencia) con Juana Ferrándiz Vidal, natural de Simat de Valldigna. Como fruto de esa relación nacerían tres hijos, una niña a la que puso de nombre Libertad, y dos niños llamados Progreso y Helios. (1) Tras la boda, el matrimonio se instaló en Valdepeñas, donde Antonio inicia su actividad pro­fesional como trabajador autó­nomo dedicándose a comprar grasas animales a carniceros y mataderos de la comarca con las que abastecía a las fábricas de jabón, por eso se le conocía con el apodo de «El Tío del Sebo». En Valdepeñas desarrolló una febril actividad en la Casa del Pueblo donde consiguió abolir el vino y la baraja, impidiendo que los trabajadores fueran manipula­dos por determinados elementos del Partido Radical en las elecciones municipales de 1920. Ello le supuso sufrir una campaña de descrédito mediante falsas acu­saciones, desatada por algunos de sus oponentes, que terminó con una expulsión irregular sin darle oportunidad de defenderse ante la Asamblea Gene­ral.

 

Antonio Pinés Núñez-Hoyo. “El tío del sebo”

La relación de Antonio Pinés con Manzanares se inicia en 1921 cuando en plena madurez se traslada a nuestro pue­blo, instalándose en una vivienda del barrio de Madrid Mo­derno, carente en aquellos años de urbanización, sin electri­cidad ni agua potable. En diciembre de 1922, tuvo la desgra­cia de perder a su mujer, quedando viudo y con tres hijos muy pequeños que saldrían adelante gracias a los cuidados de la abuela paterna.
En plena dictadura primorriverista Pinés tenía por cos­tumbre asistir a todos los plenos municipales, donde partici­paba activamente denunciando carencias o solicitando me­joras para la población. Gracias a su insistencia ante las au­toridades se urbanizó el barrio situado tras la vía férrea, formándose las calles Unión, Sol, Virtud y Armonía. Por su in­tercesión se instaló también el tendido eléctrico en los ba­rrios de Salamanca y Madrid Moderno.
Estuvo algún tiempo afiliado al Sindicato Único de Tra­bajadores de C.N.T. pero su carácter crítico e independiente le convertía en un hombre poco sumiso, incapaz de aceptar sin discusión las directrices de los dirigentes de cualquier organización. Las disensiones internas y la hostilidad de sus propios compañeros, con quienes no compartía determina­dos planteamientos extremistas basados en la violencia re­volucionaria, le forzaron a abandonar la militancia colecti­va.
En 1925 intentó ingresar en la Sección de Profesiones y Oficios Varios de la Casa del Pueblo. Al solicitar el reglamen­to por el que se regía el sindicato, al objeto de conocer sus derechos y deberes, suscitó una absurda desconfianza que, unida a sus antecedentes en Valdepeñas y a las discrepan­cias que mantenía con Vicente Moraleda, uno de los hom­bres más destacados del Partido Socialista, influyeron deci­sivamente para que no se le admitiera.
En diciembre de 1929 toma la iniciativa de fundar el Co­mité Local del Partido Republicano Radical Socialista. Para ello consiguió reunir a una serie de simpatizantes con dicha corriente política y redactó de su puño y letra la hoja titula­da «Manifiesto a los hombres conscientes» con la que se ani­maba a los ciudadanos a inscribirse en el nuevo partido. Al solicitar en el Ayuntamiento el oportuno permiso para la di­fusión del escrito, el alcalde, D. Máximo González, remitió la hoja al Gobernador Civil quien ordenó inmediatamente a la policía impedir el reparto y amedrentar a los firmantes. Lla­mados a la comisaría todos se atemorizaron y renegaron del manifiesto. Por el contrario, Antonio Pinés asumió la autoría del documento y las responsabilidades consiguientes. Aquel acto de honestidad y valentía, apreciado por los propios agen­tes policiales, contrastaba con la conducta de sus compañe­ros que quedaron en ridículo por su falta de consecuencia. Unos meses después, cuando la caída de la monarquía era inminente y ya no existía peligro alguno de represión, se vol­vieron a reunir los miembros del Partido Republicano Radi­cal Socialista, pagando a Pinés con la marginación y el rechazo. (2)
Desilusionado por el comportamiento de los responsa­bles de todas las organizaciones sindicales y políticas deci­dió entonces canalizar sus inquietudes a través de un perió­dico quincenal al que dio el título de «El Cauterio Social». La intención de su director era crear un medio de información local abierto a todo el que pudiera decir y probar verdades, lo suficientemente mordaz como para cauterizar las llagas sociales.
Tras la proclamación de la Segunda República Españo­la comienza la primera fase de su andadura. Tenía sólo cua­tro páginas de 35 x 50 cm., se confeccionaba en la imprenta Vida Nueva, Guerrero, de Puertollano, y era repartido por el propio Pinés e hijos. El precio de venta al público fue de 10 céntimos por ejemplar.

 

Tras los primeros ocho números desapareció durante unos meses por razones que desconocemos, reapareciendo el n° 9 el 30 de noviembre de 1931. En principio salía los días 15 y 30 de cada mes, pero a partir de enero de 1932 lo hizo en los sábados alternos. Comenzó tirando 500 ejemplares de los que apenas vendía 350; más tarde consiguió llegar al millar. (3) El contenido era eminentemente político-social y refleja­ba la particular forma de pensar de su fundador. También se ocupaba de informar sobre los asuntos tratados en las sesio­nes municipales, mítines y otros actos públicos. Incorporaba artículos de opinión sobre cuestiones socioeconómicas o de actualidad política, poesías y una sección de tribuna libre, dedicando la cuarta página a publicidad.
El análisis de los artículos firmados por el director, unas veces como Antonio Pinés Núñez, otras como AMPINÚ o como A.P.N. nos permiten apreciar la peculiar forma de ser y pen­sar de aquel hombre tan inquieto e inteligente.
El Cauterio refleja, en la actitud seria, gallarda y conse­cuente de su creador, una independencia y altruismo poco frecuentes, unidos a una clara intención educativa. Desde sus páginas se combate la apatía popular, la pasividad bo­rreguil de las masas. Su objetivo último consistía en trans­formar la sociedad; acabar con las desigualdades e injusti­cias por medio de la culturización del pueblo y el avance pro­gresivo, desechando toda violencia revolucionaria. Siempre haciendo gala de su lema preferido: ¡Viva la libertad para pensar y obrar bien!
Uno de los principales rasgos de su fuerte personalidad era el absoluto rechazo que sentía hacia esos políticos opor­tunistas y manipuladores que en tiempo electoral ofrecen al pueblo todo tipo de mejoras, olvidando sus promesas cuan­do alcanzan el poder.
Antonio Pinés era además un ateo convencido y un furi­bundo anticlerical. Su arreligiosidad nació, según sus pro­pias palabras, de la reflexión profunda sobre una sentencia del filósofo griego Epicuro que decía: Si Dios puede hacer el bien y no quiere es un perverso; si quiere y no puede es impotente; si ni quiere ni puede es impotente y perverso a la vez; y si quiere y puede ¿por qué no lo hace? Las calamidades, desgracias y tragedias que sufría la humani­dad sólo podían explicarse entonces aceptando la inexisten­cia de Dios. Por otra parte, la falta de consecuencia en el comportamiento del clero de aquella época le llevó al convencimiento de que el Dios clerical sólo existe en el cerebro de los tontos y en la bolsa de los pillos. (4)
Consecuente con su ateísmo fue un gran defensor de los matrimonios y entierros civiles, así como de la enseñan­za laica. Pinés no entendió nunca que en un régimen aconfesional y republicano se dejara de trabajar cuando lle­gaba una fiesta religiosa, o se mantuviese en el calendario el día de los Reyes Magos, dada su doble connotación monár­quica y religiosa, felicitando a los barberos o comerciantes que abrían sus establecimientos en esas fechas.
En el n° 44 del Cauterio llega a afirmar: Mientras estén las presidencias, las alcaldías y las direcciones en ma­nos de clericales, cofrades y rutinarios estará la religión de Jesucristo mixtificada; la razón escarnecida; el progreso estancado; la justicia pisoteada y la dignidad humana en entredicho. ¡Abajo la ignorancia y muera la hipocresía! (5)
En cierta ocasión alguien le preguntó para ponerle a prueba: ¿Qué haría usted con los curas? Y, a pesar de su anticlericalismo, contestó: Guardarles las máximas con­sideraciones y las atenciones más delicadas a los que prácticamente lo fueran y obligar irremisiblemente a cumplir la religión de Jesucristo a los que llamándoselo falsamente obran contra esa misma religión. Cuando viera una persona que, abnegada, noble y desinteresadamente cumpliese con fidelidad un ideal, por equivocado que fuese, pondría mi persona y mi vida a su disposición. A continuación reconocía la imposibilidad de encontrar un solo cura consecuente en España, sino un enjambre de explotadores y mercachifles de la religión. (6)
Consideraba la llegada de la República como un hecho altamente positivo pero censuraba al Gobierno por la exas­perante lentitud en la aplicación de transformaciones socia­les, defraudando la ilusión que habían puesto en ella los tra­bajadores. Los obreros seguían sin tener pan ni trabajo mien­tras la burguesía reaccionaria hacía cuanto estaba en su mano para empeorar la situación.
Reprochaba a ministros y diputados los altísimos suel­dos que percibían, en comparación con el pueblo llano, cuan­do apenas aparecían por el Congreso. Sobre este asunto es­cribió: Si un gobierno demócrata ha de gobernar en bene­ficio de todos sin privilegio para nadie ¿qué democracia observan los actuales mandones, asignándose pingües remuneraciones y creando infinidad de prebendas para parientes y amigos, mientras el elemento productor ca­rece de lo más necesario y la economía nacional está en precario? (7)
También criticaba el elevado absentismo de los conce­jales que asistían poco y tarde a las sesiones municipales, así como la decisión de los alcaldes manzanareños de la Re­pública de percibir el 1% de los presupuestos en concepto de gastos de representación, mientras el último alcalde monár­quico dejaba las 8.000 pesetas que le correspondían en beneficio del pueblo.
Antonio Pinés fue siempre extraordinariamente sensi­ble respecto a la cuestión social. Pugnaba por la unión de los trabajadores de cualquier ideología para defender colectiva­mente sus derechos y estaba convencido de que todos los problemas económicos se podían resolver con un reparto equitativo de la tierra. En el número 58 del Cauterio se lee: Todo, absolutamente todo el problema social tiene su base de solución en la cuestión tierra. Mientras el proletaria­do no conquiste la tierra no saldrá de la miseria en que vive ¡cobre lo que cobre!. (8) Y en el n° 60 afirma: Camara­das: Que se acabe de una vez para siempre eso de obreros católicos, obreros monárquicos, obreros republicanos de veinte clases, obreros socialistas, obreros comunistas estatales, obreros comunistas libertarios, obreros anarquistas, etc.
¡Abajo todos esos calificativos que os separan y a establecer solamente el común denominador, obrero ex­plotado, frente a su rival, burgués explotador! (9)
Su admiración por los hombres esforzados en el trabajo era similar al desprecio que sentía hacia los señoritos cala­veras, a quienes calificaba de murciélagos por ejercer de vagos durante el día y correr las juergas por la noche.
Rechazaba con todas sus fuerzas la política represiva ejercida por las fuerzas de orden público contra los conatos revolucionarios impulsados por el hambre. En el Cauterio número 39 manifiesta: Es triste, es irritante, es criminal querer sostener por la fuerza de las armas esta indecente desigualdad social... la injusticia que supone que unos trabajando o queriendo trabajar se mueran de hambre y los que nada útil hacen cobren miles y miles de pesetas. Más pan y trabajo y menos guardias civiles y de asalto. (10)
Cuando se produce la matanza de Casas Viejas toma rápidamente partido a favor de los más débiles y profunda­mente afectado por hechos tan luctuosos afirma: ¡Campe­sinos! ¿Qué sería de la sociedad sin campesinos? ¿De qué nos alimentamos todos si no es de productos campe­sinos? Si se muriesen todos los galarcianos (Guardias de Asalto) de una vez, los campesinos, si algo lo notaban, sería para mejorar; pero ¿cómo lo pasarían los de asal­to si se acabasen los campesinos? ¿Qué comerían? ¡Que se les atraganten los productos de la tierra a los que no consideren a los campesinos en su justo valor, y sobre todo, a los criminales, que, en vez de darles pan para sus hijos les dan plomo para asesinarlos! (11)
Antonio Pinés fue un gran filántropo que sufría inten­samente con la desgracia de sus semejantes y era el primero en ofrecer su óbolo para ayudar a los pobres o a las víctimas de cualquier tragedia. Entre otras cosas le producía un hon­do pesar el desolador espectáculo que suponía cada otoño la llegada al pueblo de centenares de forasteros miserables y famélicos que mendigaban limosna por las calles mientras buscaban trabajo como vendimiadores. Su elevado sentido de la solidaridad y ayuda al necesitado le llevaron en mu­chas ocasiones a dar de comer en su propia casa a algunos de aquellos desgraciados.
Era, además, pacifista, antitaurino y antifutbolero, esti­mando que el fanatismo del balón incidía negativamente en el estudio y en la adquisición de cultura. En el número 34 reproducía un artículo de El Azuer dirigido a los jóvenes en los siguientes términos: ¡Despierta mozo! Por encima del fútbol hay una cuestión social, una cuestión política y otra religiosa que fermentan la magna cuestión huma­na. Abre los ojos a la razón, piensa en la justicia, ama la verdad, eleva el pensamiento, cultiva el cerebro. Estu­dia, imita al sabio. Con los pies no creó Cervantes el Qui­jote que lo inmortalizó; con los pies no descubrió Franklin la electricidad ni Gutemberg la imprenta, ni Galileo el movimiento de la Tierra, ni Servet la circulación de la sangre, ni Hertz sus célebres ondas sonoras, ni Marconi la telegrafía sin hilos, ni tantos y tan maravillosos in­ventos como en el mundo han sido. Con los pies no se arreglará Manzanares, ni España, ni el mundo. Con los pies no se acabará con la hipocresía, la imbecilidad ni la injusticia. (12)
Consciente de que «quien dice las verdades pierde las amistades» a veces le invadía la amargura y entonces escri­bía: Es ingrata la labor de un periódico. Si aplaudes y defiendes pasas desapercibido, o no te lo agradecen, en cambio por la más pequeña alusión imaginaria para muchos, tienes que andar a «zarpa la greña» con todos los que se creen aludidos. El pueblo paga los beneficios que el periódico les defiende, no comprándolo. (13)
Despachaba enérgicamente a los que en voz baja le ins­tigaban y presionaban para denunciar públicamente deter­minados comportamientos censurables de los políticos. A estos les decía con vehemencia: Vayan ustedes a La Mier­da; so cobardes. Tengan el valor de dar la cara y de tratar las cuestiones con franqueza y sin violencia. Hay que atreverse a fiscalizar, a discutir las cosas, pero sin des­cender a la disputa agria y mucho menos a la riña. (14)
Decepcionado por la ineficacia e hipocresía de los polí­ticos, al llegar las elecciones generales de 1933 escribió: Es­pañoles: Preparaos de nuevo a ser consultados como cuer­po electoral. Preparaos para escuchar nuevamente a la caterva de charlatanes, arribistas, zancadillistas, sinvergüenzas y granujas de toda clase y categoría, que sal­drá en busca de las mil pesetas mensuales; del carnet de libre circulación; de la categoría de personaje para ex­plotarla de cien modos y del vehículo en que puedan pa­sear por todas partes su insolente vanidad o su grosera nulidad. (15) Falta mucha educación político social para saber por qué se vota, a quién se vota y la fuerza que tiene el voto bien dirigido para librarse de farsantes egoistones. (16)
La crudeza y mordacidad que utilizaba El Cauterio re­sultaban incómodos a unos y escandalizaban a otros. Dada su franqueza, honestidad y consecuencia, Pinés atrajo hacia su persona la animadversión de los políticos locales, el re­chazo de la burguesía y el odio de los clericales más fanáti­cos. Entre todos hicieron el vacío al periódico, presionando cuanto podían para que no se comprase y para que nadie hiciera publicidad a través de sus páginas. Aquella confabu­lación, unida al impago de numerosos suscriptores, forza­ron a cerrar el periódico en noviembre de 1933, siendo el n° 61 el último en aparecer. Con cierto sarcasmo, no exento de amargura, se despedía con una esquela de defunción en la que manifestaba: Asqueada de ver tanta ingratitud, tanto abandono, tantos compradores del periódico que se ha­cen los remolones; tantos suscriptores de fuera que no se quieren ACORDAR de nosotros; tanto trabajo como pesa sobre el director y tantas cosas más, la sombra del deslustrado ¿difunto? Cauterio, se empeña en fundirse con la oscuridad de los tiempos y desaparecer para siem­pre...
A partir de entonces Antonio Pinés se sumergió en el trabajo y la familia, observando con impotencia la marcha del país hacia el abismo de la guerra civil. Las violencias, incendios y asesinatos del proceso revolucionario le entris­tecían y exasperaban. En más de una ocasión recriminó su comportamiento a los milicianos del Comité de Defensa, al­guno vecino de la misma calle, con riesgo de su propia inte­gridad física.
Terminada la guerra asistió con el mismo dolor a la re­presión e injusticias del otro lado, aunque personalmente no sufrió persecución alguna. Sólo se vio obligado a cambiar el nombre laico de sus hijos, que, a partir de entonces, se lla­maron Caridad, Antonio y Ángel.
Las vivencias de aquel enfrentamiento fratricida deja­ron una profunda huella en su sensible corazón, pero aún vivió hasta el 21 de diciembre de 1952, falleciendo en Murcia de una angina de pecho mientras visitaba a su hija Caridad. (17)
Esta es la pequeña historia de un hombre sin dobleces que dedicó la vida a intentar redimir a sus semejantes de la incultura y la explotación. Por ello cuenta con mi admiración y un profundo respeto a su memoria.

NOTAS
1.- Acta de Matrimonio. Registro Civil de Barcheta (Valencia)
2.- Periódico «El Cauterio Social» n° 34 del 12 de noviembre de 1932, página 1.
3.- Periódico «El Cauterio Social» n° 12 del 9 de enero de 1932, páginas 1 y 2.
4.- Periódico «El Cauterio Social» n° 15 del 20 de febrero de 1932, página 1.
5.- Periódico «El Cauterio Social» n° 44 del 18 de marzo de 1933, página 2.
6.- Periódico «El Cauterio Social» n° 26 del 23 de julio de 1932, página 1.
7.- Periódico «El Cauterio Social» n° 49 del 27 de mayo de 1933, página 1.
8.- Periódico «El Cauterio Social» n° 58 del 7 de octubre de 1933, páginas 1 y 2.
9.- Periódico «El Cauterio Social» II° 60 del 4 de noviembre de 1933, página 2.
10.- Periódico «El Cauterio Social» n° 39 del 21 de enero de 1933, página 2.
11.- Periódico «El Cauterio Social» n° 43 del 4 de marzo de 1933, página 1.
12.- Periódico «El Cauterio Social» n° 34 del 12 de noviembre de 1932, página 2.
13.- Periódico «El Cauterio Social» n° 15 del 20 de febrero de 1932, página 1.
14.- Periódico «El Cauterio Social» n° 33 del 29 de octubre de 1932, página 2.
15.- Periódico «El Cauterio Social» n° 59 del 21 de octubre de 1933, página 1.
16.-Periódico «El Cauterio Social» n° 60 del 4 de noviembre de 1933, página 1.
17.-Informes de su hija Caridad Pinés Ferrándiz.

1 comentario:

  1. Hola. en un estudio que estoy realizando sobre la División Azul en la provincia aparecen Ángel Pinés Ferrandiz. Me gustaria ampliar información.
    Gracias
    divisionariosciudadreal@gmail.com

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